PERSONA A PERSONA. Alfred Wenemoser

Aquí no hay emoción ni poesía. No se trata de despertar sentimientos románticos ni pálidas nostalgias. Lo “bello” y lo “sublime” de la tradición artística se redefinen en un intento por formular una realidad estética que viene determinada, estrictamente, por la acción y la percepción.

Los acontecimientos de Wenemoser se dirigen a plantear sistemas de interacción entre un anfitrión y sus invitados. Anfitrión/ Huésped: a partir de este binomio toman forma sus proposiciones.

Lo “bello” -decían Wittgenstein y Lewis Carroll- puede significar “cualquier cosa” (*). Todo depende de cuál sea la extensión de la variable y cuál el sentido que uno mismo le asigna: “cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty- quiere decir lo que yo quiero que diga... ni más ni menos”. Entre el anfitrión y su huésped se establece un sistema de interacción cuyo resultado es la permanente re-creación y re-definición de nuevas realidades. Cada nueva realidad significa lo que el anfitrión y su huésped deciden que signifique. Con cada contacto se genera cada vez -y cada vez diferente- un nuevo hecho estético. La realidad se reinventa continuamente y continuamente se le asignan sentidos distintos.

Hacia el final de la década de los setenta la performance se consolidó como un género de expresión artística que bien podía representar o generar fuerces emociones de agresión. Simular -como en el teatro- o provocar rechazo o aceptación entre el público y el artista. El lenguaje cambió, pero la función sigue siendo la misma que en el arte tradicional: el espectador se “identifica” o no con el artista, pero la separación continúa. El artista propone y dispone. Ordena.

En Wenemoser se altera esta concepción. No hay maquillaje. La performance es utilizada como medio de actuación con una influencia directa en el público. Se dirige a la vida cotidiana. No hay nada que marque diferencias entre el anfitrión y su huésped. Entre ellos se establece una relación de absoluta confianza, de complicidad: ¿Qué otra relación habría de establecerse si de lo que se trata es de reinventar continuamente nuevas realidades con nuevos atributos y significados? El artista no domina, no ordena, sólo recrea con su invitado de turno.

A su vez, cada huésped se convierte en emisor y portador de una nueva relación en la medida en que se comunica con el resto de los invitados, y lo que los sigue manteniendo unidos es la esperanza de un premio: al final de la acción, una rifa entre los huéspedes. Una muñeca, un fetiche que se convierte en el sustituto del líder. El momento histórico tampoco tiene importancia puesto que el acontecimiento se repite durante dos días y ya cuando se repite, su contenido se cotidianiza. El anfitrión no espera que sus invitados recuerden que durante la interacción vivieron momentos de “profunda emoción”, que “vibraron” o se “conmovieron intensamente”. Nada de eso. La relación de ese instante -normal, cotidiano- es lo que importa. Después la memoria puede hacer con ella lo que quiera.

La acción tiene un pre-evento en el cual el anfitrión se entierra en cualquier parte y sólo su cabeza permanece a ras del suelo. Los invitados se enfrentan con una cara nada más. Se reviven mitos, la muerte y el tiempo sagrado con los que en ese instante transiten por allí. No hay invitación. No hay aviso previo. La intención es, como siempre, confrontar al anfitrión y a su huésped, directamente y sin mediaciones, con el hecho estético. Sin mutua identificación, sólo con el compromiso de reinventar continuamente los significados de la realidad y la percepción.

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(*) La cita de Humpty Dumpty está tomada de los libros de Alicia, de Lewis Carroll.




Alfred Wenemoser